jueves, 25 de diciembre de 2008

Inquisición – 1 Galileo – 0

Acabo de terminar el libro que me regaló mi amiga Laura: Galileo, ciencia y religión*. Esta obra del historiador y filósofo español Antonio Beltrán Marí es una recopilación de siete ensayos (dirigidos a otros historiadores) que escribió en la década entre 1990 y 2000. Como su nombre lo indica, aborda dos temas principales: tus estudios sobre la naturaleza, y tus enredos con la Iglesia.

El ensayo que más me gustó se llama “El problema del precepto del 26 de febrero de 1616 a Galileo”. Se trata de un acercamiento muy detallado a un suceso poco comprendido de tu vida: el momento en que el papa Paulo V (a través del cardenal Bellarmino) te hizo una recomendación verbal (que entonces se llamaba admonición) para que no siguieras defendiendo la teoría heliocéntrica de Copernico.

Las órdenes del papa eran que se te hiciera una admonición y, sólo si te resistías, se te leyera ante notario un precepto prohibiendo que escribieras o enseñaras sobre el tema. Por lo visto accediste de inmediato a la recomendación, y sin embargo se te leyó el precepto. Pero este documento, que normalmente lleva las firmas del cardenal y el notario, no las tiene.

Lo que me pareció más interesante del ensayo es su análisis historiográfico, es decir su reflexión acerca de las diversas maneras de escribir historia. Beltrán revisa los documentos existentes para hacernos ver que es muy difícil saber exactamente qué fue lo que pasó ese día. A continuación nos muestra las interpretaciones o reconstrucciones que han hecho algunos historiadores de la ciencia y destaca cuán diferentes son. Tras haber dejado claro que no existe LA respuesta a este enigma, el autor plantea su propia interpretación. ¡Se lee casi como una novela de detectives!

Mientras que tu admonición fue algo personal y discreto, las mismas acusaciones dirigidas entonces a ti llevaron al Santo Oficio a sesionar y publicar lo siguiente:

Proposiciones a censurar

Primera: El Sol es el centro del mundo y completamente inmóvil de movimiento local.
Censura: todos dijeron que esta proposición es estúpida y absurda en filosofía; y formalmente herética puesto que contradice expresamente el sentido de muchos textos de las Sagradas Escrituras, tanto en cuanto al sentido literal de las palabras, como al a interpretación común y al sentir de los Santos Padres y de los doctores de
teología.

Segunda: la Tierra no es el centro del mundo ni está inmóvil, sino que se mueve como un todo y también con movimiento diurno.
Censura: Todos dijeron que esta proposición recibe la misma censura en filosofía y que, en lo concerniente a la verdad teológica, es al menos errónea en la fe.


Además añadieron el libro de Copérnico, Sobre la revolución de los orbes celestes, al Índice de los libros prohibidos. Aunque Beltrán no lo menciona, yo me quedo pensando en el hecho de que pasaron cerca de setenta años entre su publicación y su prohibición. Y es que al inicio sólo lo conocían unos cuantos astrónomos y, aunque la mayoría estaban de acuerdo con sus ideas, ninguno de ellos defendía el sistema heliocéntrico ante un público amplio. Así que, de cierto modo, es gracias a tus escritos y pláticas a favor de Copérnico que prohibieron su libro.


*Beltrán Marí, A. (2001), Galileo, ciencia y religión, Paidós, Barcelona.

martes, 23 de diciembre de 2008

El cutis de la Luna

Hace algunas semanas conocí a Bef un monero y escritor mexicano. Quizás lo más parecido a un monero en tu época habrán sido los artistas que diseñaban las fastuosas alegorías para las celebraciones de los príncipes. Pero no es exactamente lo mismo, pues los de hoy cuentan historias con dibujos y no objetos.

Con Bef platiqué sobre tu trabajo y le mostré los grabados de la Luna que aparecen en Sidereus Nuncius. Le llamó especialmente la atención éste, y me preguntó qué dijiste acerca del cráter que aparece en el centro (un poco abajo). Le expliqué que no usaste el término cráter, que hablabas de un valle circular, y entonces me hizo una muy buena pregunta: ¿desde cuándo sabemos que las depresiones circulares que aparecen sobre la superficie de la Luna son cráteres de impacto?

Finalmente hoy tuve un rato para buscar la respuesta a su pregunta. Comencé, como hago a menudo, por buscar el tema en el gran libro de Carl Sagan, Cosmos*. Ahí se explica muy bien lo que se sabe en la actualidad, pero no viene nada de cómo lo llegamos a saber, que es la parte más interesante.

Decidí irme para atrás hasta poco después de tu muerte y seguirle la pista al tema de la rugosa superficie lunar. Para empezar, acudí a otro de mis caballitos de batalla, Teorías del Universo*, y ahí encontré que en 1647 se publicó un libro llamado Selenographia, del astrónomo polaco Jan Hevelius.

Como contaba con telescopios bastante más potentes que los tuyos, podía ver mucho más detalle de nuestro satélite. Además, al igual que tú, sabía dibujar muy bien, así que él mismo hizo los dibujos y luego los grabados que aparecen en este libro. Su objetivo era obtener los mejores mapas o cartas de la Luna. Del mismo modo en que lo hiciste tú, comparó lo que veía allá con lo que conocía acá y les puso nombres a las montañas, valles y mares. Pero él tampoco utilizó la palabra cráter.


Al parecer, la respuesta a la pregunta de Bef nos va a llevar todavía un rato. Espero que tanto tú como él tengan paciencia y piensen en esto como una Ítaca. ¿Quién sabe lo que nos encontraremos en el camino!

*Sagan, C. (2004), Cosmos, Planeta, Madrid.

Rioja, A. y J. Ordóñez (1999), Teorías del universo. II. De Galileo a Newton, Síntesis, Madrid.

sábado, 20 de diciembre de 2008

Falsos amigos

Afuera, lo que parece como el triple de la población normal de esta ciudad se insulta en el tráfico o se pisotea en las tiendas en nombre de la alegría que les da que se acerca otro aniversario más del nacimiento de Cristo. Como no comparto su euforia, he decidido quedarme en casa y seguir aprendiendo italiano.

Quizás por la misma razón por la que no estoy allá afuera en medio de la muchedumbre, mi método de aprendizaje es completamente autodidacta. Empecé por comprarme un buen diccionario en italiano (no bilingüe) y un par de libros de compatriotas tuyos y contemporáneos míos. Me leí Seda, de Alessandro Baricco de un tirón y sin grandes problemas porque es sencillo y ya lo había leído varias veces en español. Pasé luego a las Cosmicómicas de Italo Calvino y tuve que usar tanto el diccionario que no resultó agradable.

Decidí entonces aprender este idioma como aprendí mi lengua natal: por los oídos. Usando una de esas máquinas que todavía tengo pendiente explicarte, conseguí registros reproducibles de conversaciones y lecturas en voz alta. De las conversaciones, mi favorita es una que se llama Uomini e profeti (Hombres y profetas), cuyo lema explica muy bien de qué va: “mirar al mundo con los ojos de la fe, y a la fe con los ojos del mundo”. Aunque no creo en ninguno de los dioses que ahí se discuten, me resulta tremendamente interesante saber de dónde vienen las diversas tradiciones.

De las lecturas en voz alta, mi favorita en este momento es Ad alta voce (En voz alta), en la que leen libros en digeribles fragmentos de 20 minutos. Ahora estoy escuchando El diario de Gian Burrasca, una obra para niños de hace más de cien años que es un tanto subversiva y me tiene sonriendo todo el tiempo.

Aunque siento que es relativamente fácil tu idioma, cada tanto me encuentro con un falso amigo: una de esas palabras que se escriben igual en ambos idiomas y significan cosas totalmente diferentes. Mi favorita es burro. Acá, un burro es un mamífero cuadrúpedo parecido a un caballo. Allá el burro se hace a partir de leche de vaca y se unta en pan tostado.

Si estoy tan ocupada con las actividades para el Año Internacional de la Astronomía –te preguntarás- ¿para qué estoy aprendiendo italiano? Bueno, pues se me antoja leer tus cartas para así entender mejor lo que ibas pensando y comentando conforme pasaban las cosas que todos conocemos. Y es que se conservan muchísimas de tus cartas y, junto con tus libros y dibujos, fueron reunidas por Antonio Favaro en una obra monumental llamada Opere di Galileo.

Hasta este momento, no sé de alguna institución en México que tenga esa obra, pero para mi gran fortuna puedo acceder a ella a través de esa máquina que tengo pendiente explicarte. A más tardar cuando empiece el 2009 empezaré a leer tus cartas y te pondré aquí mis impresiones.

jueves, 18 de diciembre de 2008

La mirada de Galileo

Esta mañana fui al Fondo de Cultura Económica a firmar el contrato para la publicación de mi libro sobre tu obra que saldrá en 2009. Resulta que no les encanta el título que yo escogí y ahora tengo que pensar en otro. El título que yo le puse es:

Admirables maravillas
Galileo y el telescopio

La primera parte, que es la que más me gusta, es una frase de la presentación de tu libro que me parece más emocionante, Sidereus Nuncius*. Ahí empiezas diciendo:

Se muestran GRANDES Y MUY ADMIRABLES maravillas
y se invita a contemplarlas a todos.

Le puse el subtítulo para ubicar a los posibles lectores sobre el tipo de maravillas a tratar.

El editor, Heriberto Sánchez, propuso que el libro se llame simplemente Galileo y el telescopio. Este título, a pesar de ser claro e informativo, es bastante plano y sin chiste. Además, afortunadamente ya hay un libro que se llama así, de modo que ni siquiera hubo mucho que discutir. Insistí un poco (dentro del límite de lo cortés, claro) en que se quedara como lo había puesto inicialmente, y al final Heriberto me convenció de cambiarlo. Dijo algo muy cierto: que en los libros sobre ciencia utilizamos demasiado los términos como “increíble”, “maravilloso” o “divertido” y, como el contenido no siempre resulta serlo, hemos ido perdiendo credibilidad.

Platicamos un rato para tratar de buscar una alternativa. Le conté cómo en tu época había tantas novedades (desde continentes hasta ingredientes para la cocina) que no es una exageración decir que todos andaban permanentemente azorados. Repasé un poco lo que digo en el libro para tratar de extraer algunas palabras clave. Hablé de cómo entonces ya muchos estaban cuestionando los modelos tradicionales del universo; y cómo tú tuviste la suerte de dar con un instrumento que te permitió ver cosas nunca antes vistas y que ayudaron a la transformación de nuestra manera de entender el mundo. Resalté lo importante que fue tu manera de mirar las cosas y así llegamos a un posible título:

La mirada de Galileo

Todavía tengo un mes para darles el título definitivo, así que lo seguiré pensando. Además, da tiempo de que opines.



* Galileo - Kepler (2007), La gaceta sideral – Conversación con el mensajero sideral, Alianza, Madrid.

lunes, 15 de diciembre de 2008

Un poco de violencia

Ya bien entrada en el cuarto día de mis vacaciones, hasta la última de mis células está inundada de la paz que me viene de no tener nada apremiante. Para equilibrar un poco las cosas, hoy te quiero contar una historia de una violencia enorme, lenta, lejana e imperceptible excepto para unos pocos.

Hace algunas semanas te platiqué algo sobre lo que hemos ido sabiendo de las galaxias, pero me quedé más o menos a principios del siglo XX. Por esa época los astrónomos se pasaron décadas coleccionando galaxias, es decir haciendo observaciones de tantas como fuera posible. Así, después de cierto tiempo, pudieron plantear una clasificación de ellas de acuerdo a sus formas. Inicialmente había tres grupos y aquí te muestro un ejemplo de cada uno: las espirales, las elípticas y las irregulares.



Pero más adelante se observaron otras galaxias, que no se podían meter en ninguno de los tres grupos anteriores, y tampoco se podían agrupar muy bien. Así que agregaron un grupo que llamaron de las galaxias peculiares. En la siguiente foto te pongo un par de éstas, la galaxia de las Antenas, y la Rueda de carro. Adivina cuál es cuál.



Una de las cosas que hacen más felices a los científicos, y entre ellos a los astrónomos, es cuando aparece una nueva pregunta. La formación de las elípticas y espirales se puede explicar por la atracción mutua de todo el material que conforma; y las irregulares se suelen explicar como galaxias fallidas, en las que no hubo suficiente de esta atracción. Pero ¿y las irregulares?

Resulta que generalmente las galaxias no viven solas, sino en grupos, y que el hacinamiento lleva a roces de varios tipos. Muchas galaxias son parte de una pareja que no siempre es pareja. Acá puedes ver cómo la grande, que es espiral, se está comiendo parte del material de la chica, que ya no tiene forma reconocible.


Cuando la desigualdad es mucho mayor, se cae en franco canibalismo. En esta imagen, la galaxia elíptica gigante se está tragando a varias de las pequeñas que la rodean (abajo a la derecha). Y conforme más come, más capacidad de comer tiene.

Y las dos primeras peculiares que te mostré deben ser resultado del impacto de dos galaxias. Todo esto sucede muy lentamente, en miles de millones de años, así que en realidad no lo hemos visto suceder. Pero lo sabemos gracias a las increíbles observaciones de telescopios como el Hubble Space Telescope combinadas la información que nos dan los modelos teóricos.

Si te gustan las historias violentas como ésta, en otra ocasión te cuento cómo mueren las estrellas.

viernes, 12 de diciembre de 2008

Mi casa no es tu casa

En el tiempo que he estado leyendo sobre ti, he intentado imaginar cómo era tu vida diaria: qué comías, dónde leías, dónde comprabas lo que necesitabas... Aunque en cuatrocientos años han cambiado poco las cosas que hacemos, lo que sí ha cambiado es el modo en que las hacemos. Para que te imagines las diferencias, hoy te quiero platicar acerca del lugar donde vivo.

Como la tuya, mi casa tiene un piso y un techo, paredes, puertas y ventanas. Pero a diferencia de tu bellísima villa en Arcetri, yo vivo en un departamento. Es decir que mi casa es una de nueve viviendas que están pegadas lado a lado y amontonadas una encima de otra hasta llegar a tres pisos. Te puede sonar dramático, pero en realidad soy afortunada. Ya somos tantos, que vivimos pegados como abejas en un panal.

Los muebles en mi departamento no son muy distintos de los que debiste tener tú. Tengo mesas y sillas, cama y armarios, y muchas, muchas repisas. Y aquí empiezan las diferencias importantes. Aunque en tus tiempos había agua corriente, no todos la tenían. En mi casa hay tubos de agua que llegan al baño y a la cocina, y basta con que abra una llave para que pueda usar este precioso líquido. También entra a la cocina un tubo que lleva gas, con el cual caliento el agua para bañarme (lujo indescriptible) y puedo cocinar. Esto último sí que es una maravilla, pues puedo controlar la flama debajo de las ollas o la temperatura adentro del horno y así hacer platillos muy elaborados.

Guardo la comida en un refrigerador, que es una especie de armario que tiene pegada una máquina que produce un frío constante en su interior. De este modo los alimentos se conservan en buen estado por muchos días, y sólo tengo que ir al mercado una vez a la semana. Para leer me siento en un sillón que será parecido a los tuyos, pero la luz que uso viene de focos, que no parpadean ni se desgastan como las lámparas de aceite o las velas que tú conociste. Y mientras yo leo, automáticamente se lava mi ropa en otra máquina que llena una tina con agua, luego la agita, exprime, enjuaga y vuelve a exprimir.

Todos estos aparatos sirven porque tenemos una excelente fuente de energía llamada electricidad. Seguramente ya conoces algo de este fenómeno, pues es lo que hace que se te pare el cabello cuando intentas peinarlo en los días fríos y secos. Se debe al movimiento de los electrones, unos corpúsculos mucho más pequeños que los átomos. Nuestros focos son poco más que un alambre adentro de un recipiente de vidrio sellado. Cuando corre por él una corriente de electrones, el alambre se caliente y emite luz.

La lavadora tienen un motor relativamente sencillo que aprovecha el hecho de que una corriente eléctrica genera un campo magnético. Como tú sabes, en los imanes o magnetos los polos iguales se repelen. Pues este motor transforma esa repulsión en el movimiento que necesita para mover la tina con el agua. El refrigerador tiene un motor similar, pero en este caso utiliza su energía para condensar un gas que luego, al volverse a evaporar, produce el frío que necesitamos.

Dejo para otro día contarte sobre las demás máquinas que hay en mi casa, con las cuales puedo escuchar música aunque no haya músicos ni instrumentos aquí, platicar con mis amigos que se encuentran a muchos kilómetros de distancia y ¡escribirte!

miércoles, 10 de diciembre de 2008

Una astrónoma

Puesto que llevo varios meses escribiéndote, sabes que por lo menos existe una astrónoma en México. Pero seguramente ya te habrás imaginado que no soy ni la única ni la primera. Para cuando yo empecé a tomar materias sobre este tema en la Facultad de Ciencias de la UNAM, aproximadamente la mitad de los astrónomos profesionales en el Instituto de Astronomía eran mujeres.

Esto, claro, no siempre fue así. El Observatorio Astronómico Nacional (OAN) se fundó en 1878 y su primer director, Ángel Anguiano, había estudiado ingeniería civil y arquitectura. Los siguientes directores fueron ingenieros geógrafos, pues en esa época la labor principal del Observatorio era ayudar a determinar las posiciones de ciudades y fronteras.

Un poco antes de 1900 el OAN inició su participación en un proyecto internacional puramente astronómico: La Carta del Cielo. Nuestra tarea era tomar fotos del cielo que se puede ver entre los 9 y 16 grados de latitud sur para detectar todas las estrellas por arriba de cierto brillo. Muchos países colaboraron y la suma de todos los esfuerzos se reunieron en sendos catálogos.

Para realizar este proyecto debíamos llevar a cabo varias tareas. Primero exponer las placas de vidrio con película fotográfica a la luz que pasaba por el telescopio; luego contar las estrellas que aparecían en cada placa y medir su brillo; finalmente, calcular su posición real en el cielo. En cada tarea había un especialista, y la tarea de contar y medir estrellas la hacían generalmente mujeres. Esto probablemente se debe a que es una labor que requiere de mucho cuidado y poca preparación. La que ves aquí es una impresión de una de esas placas.




Lo de la particípación de las mujeres lo sabía yo porque lo había leído, pero ahora que estamos organizando el Fondo Observatorio Astronómico Nacional hemos visto sus nombres en los formatos. Esta semana, por ejemplo, encontramos que por ahí de 1902 había una Srta. Veloz (así dice, no lo estoy inventando) que hizo las mediciones para muchas placas.

La situación de la formación de los astrónomos fue cambiando conforme quedó claro que hacía falta conocer física para poder plantear y responder preguntas interesantes sobre el Universo. Pero la situación de las mujeres tuvo que esperar a que llegara a nuestro país Paris Pismis, doctora en astronomía de origen armenio y nacionalidad turca que conoció al mexicano Felix Recillas en Harvard, se casó con él y terminó trabajando en nuestro país.

Así, Paris se convirtió en la primera astrónoma de México en dos sentidos: primera mujer y primera persona con un doctorado en astronomía. Además de sus temas de investigación (entre los que estaban las galaxias de las cuales ya te platiqué un poco), dedicó mucho tiempo a la docencia. Y, en cierto modo, todos los astrónomos que le seguimos somos sus descendientes intelectuales. En esta foto que te pongo se ve como yo la recuerdo.

lunes, 8 de diciembre de 2008

Licencia poética

El viernes de la semana antepasada presencié el “Mambo Galileo”. La conferencia de clausura de nuestras teleconferencias de calentamiento hacia el Año Galileo (2009) culminó con una presentación bastante sui generis por parte Julieta Fierro. Julieta es una divulgadora de la astronomía mexicana muy popular que se caracteriza por incluir elementos diferentes en sus presentaciones como experimentos, demostraciones y regalos. Bueno, pues esta vez nos platicó a vuelo de pájaro sobre ti y al final, junto con las “Mamberas de Minerva” interpretó una versión muy particular de ese baile africano traído a América. Al público le encantó y al final subieron para aprender a bailar ellos también.

Julieta no es la primera, y probablemente no será la última que se inspire en tu vida para crear un espectáculo o una obra de arte. Hacia mediados del siglo XX apareció la obra de teatro Vida de Galileo*, del dramaturgo alemán Bertolt Brecht. Cuando leí esta obra hace mucho, años antes de que empezara a conocer sobre ti, me pareció interesante.

La acabo de volver a leer y tuve varias reacciones. Sin haber pasado de la cuarta página sentí muchas ganas de botarla. En esas pocas líneas ya había tantas imprecisiones que me empezaba a irritar. Entonces me recordé que, a diferencia de las biografías o el estudio que te he comentado aquí, esto no es un estudio histórico ni tiene intenciones didácticas. Se trata de una obra de arte, donde el autor se inspiró en tu figura (o lo que sabía de tu figura) para decir algo que necesitaba decir.

Me fui, pues, a leer algo sobre Brecht y encontré que su obra tiene una vena política importante. Escribió Vida de Galileo después de huir de Alemania para evitar problemas con el régimen nazi. Y se considera que ésta es una de sus obras de protesta contra lo que estaba pasando en su país en ese momento.

Viendo la obra desde este nuevo punto de vista entiendo algunas de las invenciones y exageraciones que hace Brecht. Al parecer le impactó principalmente que fuiste un hombre que vivió en una época en que una institución -la Iglesia Católica- limitaba la libertad de los hombres y te usó como un símbolo. Supongo que en su época su mensaje se entendió, pero me pregunto qué sucede cuando se lee o se ve más de cincuenta años después.

Ahora ando tras la pista de otra obra de arte que está inspirada en ti. Se trata de la ópera Galileo de Philip Glass. Si la consigo te contaré cómo es.

*Brecht, Bertolt (2000), Vida de Galileo y Madre coraje y sus hijos, Alianza, Madrid.

domingo, 7 de diciembre de 2008

Dibujos de la Luna

¿Te fijaste ayer en la imagen del día de la NASA? La pongo por si no la viste:




En estos días Júpiter, Venus y la Luna se ven muy cerca en el cielo y, como son tres astros que podemos ver a simple vista, han dado mucho de qué hablar. El que ves es un dibujo del momento justo en el que Venus reapareció después de estar oculto detrás de la Luna. Lo hizo Deirdre Kelleghan, una mujer irlandesa que es artista y aficionada a la astronomía.

En un momento en que estamos rodeados por demasiadas imágenes perfectas tomadas por máquinas, me parece que este dibujo recupera algo muy importante: el asombro. La misma Kelleghan dice:


When I sketch the moon, it feels like my hands move through my eyes. My sight becomes my fingers and explores the lunar landscape.
(Cuando dibujo a la Luna, se siente como que mis manos se mueven a través de mis ojos. Mi vista se vuelve mis dedos y explora la superficie lunar.)


Su dibujo y sus palabras me recordaron las observaciones de la Luna que reportaste en 1610 en el delicioso librito Sidereus Nuncius*. Pero hace cuatrocientos años tú eras el primero en ver que la Luna tiene picos y valles con luces y sombras que cambian. Así que al mirar y dibujar también tenías que tratar de entender. Tus conclusiones fueron asombrosas. Para empezar la Luna no es perfecta y por lo tanto al menos uno de los cuerpos celestes viola lo establecido por Aristóteles 2000 años antes. Y, aunque suene simplón, si la Luna es como la Tierra, entonces la Tierra es como la Luna. Es decir, que la Tierra bien puede ser un planeta más.

*Galileo - Kepler (2007), La gaceta sideral – Conversación con el mensajero sideral, Alianza, Madrid.

martes, 2 de diciembre de 2008

Ítaca

Terminé de leer En torno a Galileo, el libro de Ortega y Gasset del que ya te había platicado. Hacia el final la lectura fue realmente emocionante. Me faltaban sólo 20 páginas y apenas íbamos por la época de 1400. Puesto que la lectura hasta ese momento había sido tan buena, me imaginaba que el autor iba a cerrar de una manera magistral; llegar hasta 1600 en esas pocas páginas y además terminar su argumento sobre la similitud de tus tiempos de crisis y aquellos en torno de 1930.

Mientras sigue explicando cómo debió ser la vida de los primeros renacentistas (a inicios del siglo quince) el libro termina con:

Pero me quedo en el umbral de esta nueva forma de vida reformista y humanista que va a triunfar en la segunda mitad del siglo. No ha habido tiempo.

Primero me ataqué de la risa; luego contemplé la idea de llorar; y finalmente me acordé de "Ítaca", ese poema de Constantino Cavafis que tanto me gusta, que resalta la importancia del camino mismo sobre la del destino final. Termina diciendo:

Ítaca te ha dado un deslumbrante viaje:
sin ella, el camino no hubieras emprendido.
Más ninguna otra cosa puede darte.

Aunque pobre la encuentres,
no hubo engaño.
Sabio como te has vuelto
con tantas experiencias,
comprenderás al fin,
qué significan las Ítacas.


Y, en efecto, de no ser por el título, no habría leído el libro. Me llevo, como dice Cavafis:

coral y nácar, ámbar y ébano,
y mil obsedentes perfumes.


aunque éstos son para mi imaginación. Disfruté la lectura misma; repasé la historia de la humanidad hasta 1400 desde un nuevo punto de vista; me quedo con sus útiles definiciones de entorno, generación y crisis; y conocí a un filósofo español interesante que seguramente volveré a leer.

Más adelante te platico una cosa más que me deja esta lectura.