Afuera, lo que parece como el triple de la población normal de esta ciudad se insulta en el tráfico o se pisotea en las tiendas en nombre de la alegría que les da que se acerca otro aniversario más del nacimiento de Cristo. Como no comparto su euforia, he decidido quedarme en casa y seguir aprendiendo italiano.
Quizás por la misma razón por la que no estoy allá afuera en medio de la muchedumbre, mi método de aprendizaje es completamente autodidacta. Empecé por comprarme un buen diccionario en italiano (no bilingüe) y un par de libros de compatriotas tuyos y contemporáneos míos. Me leí Seda, de Alessandro Baricco de un tirón y sin grandes problemas porque es sencillo y ya lo había leído varias veces en español. Pasé luego a las Cosmicómicas de Italo Calvino y tuve que usar tanto el diccionario que no resultó agradable.
Decidí entonces aprender este idioma como aprendí mi lengua natal: por los oídos. Usando una de esas máquinas que todavía tengo pendiente explicarte, conseguí registros reproducibles de conversaciones y lecturas en voz alta. De las conversaciones, mi favorita es una que se llama Uomini e profeti (Hombres y profetas), cuyo lema explica muy bien de qué va: “mirar al mundo con los ojos de la fe, y a la fe con los ojos del mundo”. Aunque no creo en ninguno de los dioses que ahí se discuten, me resulta tremendamente interesante saber de dónde vienen las diversas tradiciones.
De las lecturas en voz alta, mi favorita en este momento es Ad alta voce (En voz alta), en la que leen libros en digeribles fragmentos de 20 minutos. Ahora estoy escuchando El diario de Gian Burrasca, una obra para niños de hace más de cien años que es un tanto subversiva y me tiene sonriendo todo el tiempo.
Aunque siento que es relativamente fácil tu idioma, cada tanto me encuentro con un falso amigo: una de esas palabras que se escriben igual en ambos idiomas y significan cosas totalmente diferentes. Mi favorita es burro. Acá, un burro es un mamífero cuadrúpedo parecido a un caballo. Allá el burro se hace a partir de leche de vaca y se unta en pan tostado.
Si estoy tan ocupada con las actividades para el Año Internacional de la Astronomía –te preguntarás- ¿para qué estoy aprendiendo italiano? Bueno, pues se me antoja leer tus cartas para así entender mejor lo que ibas pensando y comentando conforme pasaban las cosas que todos conocemos. Y es que se conservan muchísimas de tus cartas y, junto con tus libros y dibujos, fueron reunidas por Antonio Favaro en una obra monumental llamada Opere di Galileo.
Hasta este momento, no sé de alguna institución en México que tenga esa obra, pero para mi gran fortuna puedo acceder a ella a través de esa máquina que tengo pendiente explicarte. A más tardar cuando empiece el 2009 empezaré a leer tus cartas y te pondré aquí mis impresiones.
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