viernes, 27 de marzo de 2009

Clavius

Disculpa que no te haya escrito mucho últimamente, pero he andado del tingo al tango, promoviéndote por toda la ciudad.

El miércoles de la semana pasada di una charla en la Universidad Iberoamericana. La Ibero es una universidad jesuita cuyo centro para la divulgación de la astronomía lleva el nombre de ese famoso matemático y astrónomo jesuita que tú conociste, Cristoph Clavius. Actualmente tienen reuniones cada miércoles por la noche para escuchar pláticas y, si se puede, hacer observaciones.

Aunque ya sabía algunas cosas sobre Clavius, desde que regresé a casa aquella noche tenía muchas ganas de buscar las cartas que intercambiaste con él. Encontré once cartas de ida y vuelta, las primeras cuatro son de 1588, una de1604 y las demás de 1610.

En las primeras cartas había una gran diferencia entre tu situación y la de Clavius. De lo que yo sé, en 1588 ya habías decidido que querías ser matemático, pero aún no tenías un trabajo fijo, así que vivías en casa de tu padre en Florencia y dabas clases particulares de matemáticas. En ese momento Clavius ya era el matemático principal del grupo en el Collegio Romano, en el Vaticano. Era famoso en toda Europa como maestro, traductor de las obras científicas de autores clásicos de Grecia y Roma y uno de los astrónomos responsables de los ajustes al calendario.

Tu primera carta le presenta un tratado sobre balanzas que escribiste. En ella, con un tono de enorme respeto, le pides que revise tus demostraciones. Además preguntas cómo va su trabajo sobre los nuevos calendarios. En el intercambio veo que están igual de enterados e interesados en el tema, pero ambos tienen claro que no son iguales. Mientras que tú pides perdón por quitarle su tiempo y terminas besándole las manos, él cierra sus cartas bondadosamente encomendándote a Dios.

La carta de 1604 que se conserva fue escrita por él. Para entonces llevabas doce años como profesor de matemáticas en la Universidad de Padua y empezabas a ser conocido. El astrónomo jesuita te escribe por dos razones principales: la primera es pedirte que le envíes un compás geométrico-militar, instrumento para hacer cálculos que construías para vender; la segunda, para comentar los rumores que se oían acerca de la aparición de una estrella nueva en el cielo, cosa imposible según la cosmología de Aristóteles.

En septiembre de 1610, seis meses después de que publicaras tus primeros descubrimientos con el telescopio, los astrónomos en Roma todavía no estaban convencidos. Habían visto a la rugosa Luna, así como muchas estrellas que no se ven a simple vista, pero no podían ver los satélites de Júpiter. En una carta fechada el 17 de septiembre agarras al toro por los cuernos y en vez de esperar le escribes a Clavius para darle sugerencias sobre las observaciones.

A mediados de diciembre te responde un Clavius asombrado, interesado, diciendo que finalmente ha podido ver los astros que acompañan a Júpiter, y felicitándote. Incluye diagramas de sus observaciones:


Comenta que también observó Saturno, pero que no logra ver los dos satélites que tú habías reportado, sino más bien una forma oblonga así:

Además pregunta por qué tus telescopios tienen lentes grandes, pero llevan puestos unos diafragmas que sólo permiten mirar por una zona pequeña en el centro.

Tardas un poco en responder porque, para variar, estabas enfermo y confinado a la cama. Te oyes muy contento de tener el apoyo de este hombre tan importante. Le respondes todas sus dudas, y aprovechas para contarle tu más reciente descubrimiento: que visto por el telescopio Venus cambia de forma y tamaño, presenta fases como la Luna. Acto seguido declaras las implicaciones de esto, que son enormes: Venus debe estar girando alrededor del Sol, el Sol debe ser el centro del Universo.

Poco tiempo después de eso viajaste a Roma y fuiste grandiosamente recibido por todos. ¿Lo recuerdas como un gran momento?

sábado, 21 de marzo de 2009

Terraformación

En 1898 se publicó La guerra de los mundos del británico H. G. Wells. En esta novela de ciencia ficción, el autor describe la llegada a nuestro planeta de enormes cilindros metálicos. De ellos salen marcianos con forma de gigantescos pulpos o calamares que se suben en máquinas con tres patas y se dedican a destruir todo lo que encuentran. Afortunadamente para los terrícolas, todos los marcianos mueren repentinamente por la infección de un microbio que no existe en Marte. A pesar de lo terrorífico del tema, la obra fue recibida con interés y curiosidad.

En 1939, al otro lado del Atlántico, un norteamericano con un nombre curiosamente semejante convirtió esta historia en una emisión de radio. Orson Welles escribió y actuó un programa de una hora en el que simulaba dar noticias de último momento sobre la invasión de los marcianos. Muchas personas se asustaron pues creyeron que se trataba de la realidad y se enojaron bastante cuando supieron la verdad.

El viernes pasado el Dr. Rafael Navarro del Instituto de Ciencias Nucleares dio una de las videoconferencias que tenemos programadas este año en tu honor. El título de su charla era “Búsqueda de vida en Marte” y comenzó platicándonos sobre las misiones que hemos enviado allá para saber si hay o hubo vida en ese rojo planeta. Habló especialmente de los experimentos que realizaron las misiones Viking y cómo algunos resultados parecían indicar la presencia de vida pero otros no.

Pasó entonces a platicarnos sobre su participación en los planes para la terraformación de Marte. Se trata de un proyecto que pretende llevar vida a ese planeta para transformarlo y así convertirlo en un lugar parecido a la Tierra.

La conferencia me dejó con sensaciones fuertes y encontradas. La idea es increíble, casi como crear la vida de nuevo; y el conocimiento científico que se necesita para hacerlo es una fascinante combinación de química, física y biología. Pero, si hay alguna forma de vida allá que no podemos detectar, ¿no estaremos haciendo justo lo que imaginó Wells?

lunes, 16 de marzo de 2009

Ver, interpretar, especular

A raíz de una serie de contrariedades intelectuales que no vale la pena recordar, el señor Palomar ha decidido que su principal actividad será mirar las cosas desde fuera. Un poco miope, distraído, introvertido, no cree pertenecer a ese tipo humano que suele ser calificado de observador. Y sin embargo, siempre le ha ocurrido que ciertas cosas –una pared de piedra, una conchilla, una hoja, una tetera- se le presentan como solicitándole una atención minuciosa y prolongada: se pone a observarlas casi sin darse cuenta y su mirada comienza a recorrer todos los detalles y no consigue desprenderse de ellos. El señor Palomar ha decidido que en adelante redoblará su atención; primero, no pasando por alto esos reclamos que le llegan de las cosas; segundo, atribuyendo a la operación de observar toda la importancia que merece.

Italo Calvino bautiza a un personaje Palomar, como el telescopio estadounidense con un monumental espejo de cinco metros que se inauguró en 1949. Acto seguido, lo suelta en su mundo cotidiano para que haga lo suyo. El resultado es un libro* muy ameno y perfecto para reflexionar acerca del complejo acto de observar.

Entre muchas otras cosas, Calvino formó parte de un movimiento literario llamado OuLiPo (taller de literatura potencial). Sus miembros proponían hacer obras dentro de ciertos límites auto-impuestos para estimular la creatividad. Mi ejemplo favorito es La vida, instrucciones de uso, de Georges Perec. En este caso el autor partió de un edificio de departamentos y lo pobló con personajes. Luego trazó líneas entre los departamentos, definiendo así las relaciones entre los personajes. Entonces escribió una novela.

Que Calvino fue parte del OuLiPo se puede ver en mayor o menor medida en muchas de sus obras. En Palomar es clarísimo: el libro contiene 27 (3 x 3 x 3) relatos breves que van del 1.1.1 hasta el 3.3.3. Antes de empezar, Calvino explica que la numeración no es meramente ordinal, sino que cada dígito tiene un significado; “El 1 corresponde generalmente a una experiencia visual”; “En el 2 están..., además de los datos visuales, el lenguaje, los significados, los símbolos”; “El 3 refiere experiencias más de tipo especulativo.”

Desde la comodidad de nuestro sillón preferido, podemos seguir al señor Palomar conforme aborda 27 objetos (desde olas hasta quesos) con diferentes dosis de observación, interpretación y especulación. No sé qué diría Calvino, pero según yo es un perfecto entrenamiento para pensar acerca del quehacer de un astrónomo, o de cualquier otro científico.

*Calvino, Italo (2001), Palomar, Siruela, Madrid.

martes, 10 de marzo de 2009

Astronomía de festival

Cada año, por estas fechas, hay un gran festival cultural en el centro de la Ciudad de México. Aprovechando que te estamos celebrando, este viernes el Museo de la Luz inaugura tres exposiciones con el tema de la astronomía: una sobre instrumentos antiguos, otra con piezas de arte inspiradas en astronomía, y la tercera sobre mujeres astrónomas.









lunes, 9 de marzo de 2009

Cómo cambia el cosmos

El viernes que di mi conferencia “Galileo astrónomo”, una de las chicas preguntó: ¿Entonces qué cosa hay en el universo que no cambie? Le contesté brevemente y me quedé con ganas de decir más acerca de cómo ha ido cambiando la imagen que tenemos del universo conforme hemos ido conociendo más acerca de él.

Como tú bien sabes, durante 2000 años todos en Europa estuvieron de acuerdo en que el universo era como lo describió Aristóteles: la Tierra, una esfera inmóvil en el centro de todo; los siete planetas (Mercurio, Venus, Luna, Sol, Marte, Júpiter, Saturno), también esferas, girando alrededor de la Tierra; y en el límite, una última esfera que envolvía todo y contenía a las estrellas.


A mediados del siglo XVI, Copérnico propuso que el Sol y la Tierra cambiaran de lugar, pero dejó lo demás de la misma forma y tamaño. Sin embargo, con el sólo hecho de imaginar que una cosa podía ser distinta, abrió el camino para que muchas otras transformaciones.

Tomando algunas cosas de Aristóteles y otras de Copérnico, Tycho Brahe se imaginó un universo híbrido. El resultado, que gustó a muchos en su época, requería de un universo más grande para que cupiera esta nueva configuración.


En los inicios del siglo XVII, tus descubrimientos con el telescopio mostraron, entre otras cosas, que hay muchas más estrellas de las que podemos ver a simple vista. Entonces se pensaba que todas las estrellas son iguales, y que se ven más brillantes las que están más cerca. Fue necesario imaginar que estas estrellas recién detectadas estaban más lejos y por lo tanto el universo debía ser más grande.

A partir de estos cambios, prácticamente todo se volvió posible. La única limitación fue, y sigue siendo, nuestra capacidad de imaginar, observar y calcular.

En los siglos que nos separan hemos seguido ampliando nuestro conocimiento del cosmos. La imagen que tenemos hoy conserva muy poco del mundo cerrado de Aristóteles y se parece más al universo infinito que imaginó Bruno.

viernes, 6 de marzo de 2009

A distancia

¿Te acuerdas cuando bautizaron al telescopio?

Desde que se conocieron los primeros en 1609, en Italia se les llamaba occhiale como a los anteojos para leer que se vendían por entonces. Pero en 1611 en un banquete de la Academia de los Linceos en Roma, uno de tus amigos tomó dos raíces griegas para crear un término más preciso. Con tele, que significa a distancia, y skopein, mirar, le dio el nombre que todavía hoy usamos.

Esta manera de nombrar cosas novedosas se ha seguido utilizando y conforme hemos encontrado otras maneras de comunicarnos a distancia, hemos acuñado más palabras que comienzan con tele.

El telégrafo se inventó a principios del siglo XIX. Los primeros de estos aparatos eran relativamente sencillos. El mensaje era codificado por una persona que luego enviaba una serie de pulsos eléctricos por un cable (que es un hilo hecho a partir de metal) y del otro lado los pulsos eran decodificados por alguien más para reconstruir el mensaje. Pronto hubo cables entre las ciudades más importantes (incluso a través del Océano Atlántico) y así noticias que antes tardaban semanas o meses, podían llegar el mismo día.

Con la misma idea, muy pronto inventamos una máquina que envía voces en lugar de mensajes escritos. Los primeros teléfonos funcionaban de un modo similar a los telégrafos, sólo que ahora era una parte de la máquina misma la que convertía la voz en una señal eléctrica para enviarla por un cable. Del otro lado, otra máquina más hacía el proceso inverso, y de la señal eléctrica formaba sonidos. ¿Te puedes imaginar oír la voz de tus amigos Linceos sin tener que salir de Florencia?

Hoy tenemos máquinas que atrapan imágenes en movimiento al mismo tiempo que sonidos, codifican todo esto, y lo envían en forma de ondas que viajan por el aire. Se llaman televisiones y además de transmitir, pueden guardar esta información, de modo que podemos ver y oír algo que está pasando muy lejos, o que pasó hace tiempo.

La clase de cosas que podemos hacer hoy seguramente nos hubieran llevado a la hoguera en tus tiempos. Hoy, por ejemplo, di una conferencia sobre ti en la Dirección General de Divulgación de la Ciencia Tenía un grupo de jóvenes ahí presentes y al mismo tiempo la vieron otros al otro lado de la ciudad y en otra ciudad más. De hecho, se pudo ver desde cualquier parte del planeta gracias a una gran red mundial de comunicación a distancia que se llama Internet.

Además la conferencia quedó grabada, así que en un par de décadas puedo regresar a ver lo que dije el 5 de marzo de 2009. ¡Qué lástima que no tenemos un registro así de tus discusiones con Salviati y Sagredo!

miércoles, 4 de marzo de 2009

¡Sorpresa!

Vengo de la oficina de mi amiga Laura Lecuona en Ediciones SM, y ahora sí te puedo contar un secreto que he estado guadrando desde noviembre:

¡Escribí un comic!

Yo hice el guión y Bef hizo los dibujos de una versión MUY gráfica de la historia de tu trabajo astronómico. Fue una experiencia muy emocionante, pues nunca antes había hecho comics. Me pasé hoooooras tratando de reducir la historia a su mínima expresión, y luego diseñando lo que debía ir en cada página.
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Para que te lo imagines, te pongo la página 25 que ilustra cómo debieron ser esos meses entre enero y marzo de 1610 cuando hiciste tus primeras observaciones con el telescopio:
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La mesa

Así que el lunes fui a la Facultad de Ciencias y la mesa redonda en tu honor salió muy bien. Tal vez es porque pasé cinco años ahí y me volví como ellos que me encantan las personas de esa facultad. Siempre es un gusto estar allá.

Silvia Torres, del Instituto de Astronomía, fue la moderadora de la mesa e inició hablando un poco sobre tu trabajo como astrónomo. Después habló Pepe Marquina, que es profesor de la facultad. Tal como me lo imaginaba, habló de tu trabajo en física. Se concentró en los años antes del telescopio, antes de que fueras “superstar”. ¡Ya había olvidado lo ameno que es! Me gustó tanto su ponencia que le pedí sus notas y en cuanto pueda te las transcribo.

Después de Pepe hablé yo, como te había adelantado, sobre la influencia del entorno en el desarrollo de tu trabajo. Y al final fue Rafael Martínez (también profesor de la facultad) que habló de algo interesante que todavía no te he contado.

En 1979 el Papa Juan Pablo II propuso que se reconsiderara lo que pasó en 1634, diciendo que no debía haber conflicto entre la iglesia y la ciencia. Nombró un comité para analizar el caso de tu juicio. En 1984, a 350 años del juicio, publicaron un libro y fue sólo hasta 1992 que presentaron sus conclusiones finales.

La versión oficial es que así se aclaró todo y quedaste reivindicado, pero lo que nos contó Rafael es bastante distinto. Para empezar, el comité estaba formado por altos funcionarios de la Iglesia, ninguno de los cuales era especialista en filosofía o historia. Además trabajaron cada uno por su cuenta, y al parecer muchos de ellos estuvieron ocupados en otras cosas durante esos años. Así que es difícil creer que realmente revisaron la información y llegaran a un consenso.

Rafael nos leyó fragmentos del dictamen final y nos fue mostrando los problemas que presentan. Como siempre, a la hora de mirar de cerca y con cuidado una cosa, se ve completamente diferente.

El juicio ante la Santa Inquisición es una parte de tu vida que generalmente evito porque me resulta difícil discutir con la gran cantidad de fanáticos que lo ven de manera demasiado sencilla y te consideran como un mártir que sufrió por la ciencia. El acercamiento de Rafael me gustó mucho, pues bastó con que se centrara en una pequeña parte del vasto tema para mostrar tantos malentendidos.