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miércoles, 1 de septiembre de 2010

Gauss y Humboldt

Hace un par de semanas escuché una novela histórica inusual por breve y por tratar de personajes científicos. Se trata de La medición del mundo, del joven escritor alemán Daniel Kehlmann.

El libro empieza con el primer encuentro entre un gruñón Gauss y un eufórico Humboldt, ambos ya viejos. A continuación se regresa muchos años para recontar desde el inicio las vidas de ambos hasta aquel encuentro. Va alternando breves y ágiles capítulos sobre cada uno en los que retrata, con pocos pero certeros trazos, las personalidades de estos dos hombres tan diferentes. Así, van apareciendo el explorador y naturalista, incansable viajero y el matemático y astrónomo que prefirió medir el mundo desde casa.

La disfruté porque está bien escrita, y es muy entretenida. De paso, y sin ningún esfuerzo, conocí a estos dos personajes, sus respectivas obras y la época que compartieron.

Este libro inauguró una racha de novelas históricas. Me seguí con La gran marcha, de E.L. Doctorow, acerca de la guerra de sececión (que debería llamarse guerra de unión, ¿no?) de los Estados Unidos. Y ahora me dispongo a leer Expediente del atentado, de Álaro Uribe, que trata de un atentado contra Porfirio Díaz. Éste debo leerlo pronto si quiero alcanzar a ver la película que hicieron con él y que acaba de estrenar.

viernes, 24 de abril de 2009

Un microcosmos

Hace una semana me llamó Juan Manuel Valero, de Radio UNAM , para pedirme que le diera una breve entrevista acerca de ti. Está preparando una serie de cápsulas y me sugirió que hablara de algo no tan común, pues hay varios temas que ya están muy desgastados. Lo pensé un poco y decidí que le quería contar acerca de tu trabajo sobre las manchas solares.

En 1612, cuando tu amigo Mark Wesler te envió un tratado anónimo sobre las manchas solares, tú ya las habías observado, ¿verdad? Pero probablemente no habías pensado mucho en ellas. Fue sólo cuando leíste que aquél astrónomo proponía que se trataba de la sombra de planetas que pasaban muy cerca del Sol que te pusiste a trabajar sobre el tema.

Lo primero que hiciste fue observar y dibujar estas manchas durante dos meses. Sólo entonces te sentiste con la seguridad de defender tu hipótesis de que las manchas están en el Sol mismo. Fue sencillo descartar la propuesta del otro astrónomo, pues encontraste que las manchas cambian de tamaño y forma, algo imposible para un planeta. En cambio, apuntalar tu idea mismo fue un poco más complicado.

Partiendo de tus observaciones, diste tres argumentos basados en la idea de los cambios en la apariencia de una figura que se desplaza sobre la superficie de una esfera que rota. El primero era que las manchas aparecen delgadas por el oeste, se van haciendo más anchas conforme llegan al centro del Sol, y vuelven a adelgazar hacia la orilla este. Además, parecen moverse más despacio cerca de las orillas, y más rápido hacia el centro. Por último, la distancia entre dos manchas va creciendo hasta que llegan al centro y luego vuelve a disminuir.

Viendo todos tus dibujos en rápida sucesión se hace como una película donde se pueden ver mejor tus resultados.



Me parece que esa parte de tu vida es como un microcosmos, pues contiene todo lo necesario para entender la manera en que trabajabas y la importancia que tuvo tu entorno. Me gusta lo cuidadoso que fuiste, tanto para hacer tus observaciones como para explicar tus ideas*. Además, el entorno ya no era como al mero inicio cuando tenías la exclusiva del cielo, pues pronto hubo otros telescopios como los tuyos. Es muy interesante ver cómo te relacionaste con la comunidad de astrónomos, comparando y discutiendo resultados. Y la ciencia hoy sigue siendo esa combinación de observación (o experimento), interpretación y discusión.

*Una parte de Historia y demostraciones sobre las manchas solares viene al final del libro: Galileo - Kepler (2007), La gaceta sideral – Conversación con el mensajero sideral, Alianza, Madrid.

sábado, 21 de marzo de 2009

Terraformación

En 1898 se publicó La guerra de los mundos del británico H. G. Wells. En esta novela de ciencia ficción, el autor describe la llegada a nuestro planeta de enormes cilindros metálicos. De ellos salen marcianos con forma de gigantescos pulpos o calamares que se suben en máquinas con tres patas y se dedican a destruir todo lo que encuentran. Afortunadamente para los terrícolas, todos los marcianos mueren repentinamente por la infección de un microbio que no existe en Marte. A pesar de lo terrorífico del tema, la obra fue recibida con interés y curiosidad.

En 1939, al otro lado del Atlántico, un norteamericano con un nombre curiosamente semejante convirtió esta historia en una emisión de radio. Orson Welles escribió y actuó un programa de una hora en el que simulaba dar noticias de último momento sobre la invasión de los marcianos. Muchas personas se asustaron pues creyeron que se trataba de la realidad y se enojaron bastante cuando supieron la verdad.

El viernes pasado el Dr. Rafael Navarro del Instituto de Ciencias Nucleares dio una de las videoconferencias que tenemos programadas este año en tu honor. El título de su charla era “Búsqueda de vida en Marte” y comenzó platicándonos sobre las misiones que hemos enviado allá para saber si hay o hubo vida en ese rojo planeta. Habló especialmente de los experimentos que realizaron las misiones Viking y cómo algunos resultados parecían indicar la presencia de vida pero otros no.

Pasó entonces a platicarnos sobre su participación en los planes para la terraformación de Marte. Se trata de un proyecto que pretende llevar vida a ese planeta para transformarlo y así convertirlo en un lugar parecido a la Tierra.

La conferencia me dejó con sensaciones fuertes y encontradas. La idea es increíble, casi como crear la vida de nuevo; y el conocimiento científico que se necesita para hacerlo es una fascinante combinación de química, física y biología. Pero, si hay alguna forma de vida allá que no podemos detectar, ¿no estaremos haciendo justo lo que imaginó Wells?

lunes, 16 de marzo de 2009

Ver, interpretar, especular

A raíz de una serie de contrariedades intelectuales que no vale la pena recordar, el señor Palomar ha decidido que su principal actividad será mirar las cosas desde fuera. Un poco miope, distraído, introvertido, no cree pertenecer a ese tipo humano que suele ser calificado de observador. Y sin embargo, siempre le ha ocurrido que ciertas cosas –una pared de piedra, una conchilla, una hoja, una tetera- se le presentan como solicitándole una atención minuciosa y prolongada: se pone a observarlas casi sin darse cuenta y su mirada comienza a recorrer todos los detalles y no consigue desprenderse de ellos. El señor Palomar ha decidido que en adelante redoblará su atención; primero, no pasando por alto esos reclamos que le llegan de las cosas; segundo, atribuyendo a la operación de observar toda la importancia que merece.

Italo Calvino bautiza a un personaje Palomar, como el telescopio estadounidense con un monumental espejo de cinco metros que se inauguró en 1949. Acto seguido, lo suelta en su mundo cotidiano para que haga lo suyo. El resultado es un libro* muy ameno y perfecto para reflexionar acerca del complejo acto de observar.

Entre muchas otras cosas, Calvino formó parte de un movimiento literario llamado OuLiPo (taller de literatura potencial). Sus miembros proponían hacer obras dentro de ciertos límites auto-impuestos para estimular la creatividad. Mi ejemplo favorito es La vida, instrucciones de uso, de Georges Perec. En este caso el autor partió de un edificio de departamentos y lo pobló con personajes. Luego trazó líneas entre los departamentos, definiendo así las relaciones entre los personajes. Entonces escribió una novela.

Que Calvino fue parte del OuLiPo se puede ver en mayor o menor medida en muchas de sus obras. En Palomar es clarísimo: el libro contiene 27 (3 x 3 x 3) relatos breves que van del 1.1.1 hasta el 3.3.3. Antes de empezar, Calvino explica que la numeración no es meramente ordinal, sino que cada dígito tiene un significado; “El 1 corresponde generalmente a una experiencia visual”; “En el 2 están..., además de los datos visuales, el lenguaje, los significados, los símbolos”; “El 3 refiere experiencias más de tipo especulativo.”

Desde la comodidad de nuestro sillón preferido, podemos seguir al señor Palomar conforme aborda 27 objetos (desde olas hasta quesos) con diferentes dosis de observación, interpretación y especulación. No sé qué diría Calvino, pero según yo es un perfecto entrenamiento para pensar acerca del quehacer de un astrónomo, o de cualquier otro científico.

*Calvino, Italo (2001), Palomar, Siruela, Madrid.

domingo, 8 de febrero de 2009

Ideología y ciencia

En este momento estoy asesorando dos trabajos de tesis de licenciatura. Ambos estudian una parte de la historia de la divulgación de la ciencia en México y ahí terminan sus semejanzas.

Javier es estudiante de la carrera de historia. Está a punto de terminar un trabajo muy bonito sobre la astronomía que apareció en la prensa nacional entre los años de 1920 y 1930. Sus fuentes de información fueron algunos documentos del Fondo Observatorio Astronómico Nacional y los periódicos Excelsior y Universal.

Ezequiel es estudiante de la carrera de física. Va más o menos por la mitad de un estudio sobre la manera en que se divulgaron los temas de física en la revista Naturaleza que dirigió Luis Estrada en los 70’s y 80’s. Su información viene de la revista misma y en breve la completará con algunas entrevistas.

Con ambos he platicado sobre el modo en que la ideología está integrada en el quehacer de la ciencia, igual que en cualquier otra tarea humana. Dadas sus formaciones tan diferentes, sus reacciones ante este tema son diametralmente opuestas y por lo mismo muy interesantes.

Como estudió en la Facultad de Ciencias, Ezequiel conoce bien tus aportaciones a la ciencia y la relevancia que éstas tienen. En cambio, antes de empezar su tesis no había reflexionado acerca del hecho de que este conocimiento es producido por personas de cierta época, que forman parte de grupos con intereses, insertados en una sociedad.

Viniendo de la Facultad de Filosofía y Letras, Javier no tiene ningún problema con aceptar todo lo anterior. Lo que es más novedoso para él es que, además de estar hecha por individuos y grupos con ideologías e intereses, la ciencia produce conocimiento acerca de la naturaleza que es objetivo y verificable.

En ambos casos me ha servido mucho platicarles acerca de ti. Les explico tu educación para que vean cómo tu exploración de la naturaleza era compatible con tu creencia en Dios. Describo la sociedad en que vivías y así entienden por qué promoviste tu trabajo dentro del esquema de la sociedad cortés. Pero además les cuento el modo sistemático en que realizaste tu experimentos y observaciones para que otros los pudieran entender y reproducir. Y repaso con ellos las formas en que comunicaste y debatiste tus resultados entre la comunidad de expertos de esa época.

Espero haberles mostrado que la ciencia es como cualquier otra tarea en tanto que está inserta en la sociedad; pero es distinta porque produce conocimiento objetivo y reproducible sobre la naturaleza.

viernes, 6 de febrero de 2009

Hay que saber llegar

Hace unas semanas se dijo en las noticias que un inglés había hecho dibujos de la Luna vista por el telescopio antes que tú y se sugirió que es a él a quien debiéramos estar celebrando este año. Yo pienso que no porque entonces no las dio a conocer y no fueron sus observaciones las que transformaron nuestra visión del universo.

Es un hecho que Thomas Harriot apuntó su telescopio hacia nuestro satélite meses antes que tú, en agosto de 1609, e hizo este dibujo:


Más tarde, entre 1610 y 1613 hizo otros más:










Se dice que en ellas se pueden ver muchos de los detalles que ahora conocemos, como cráteres y "mares". Pero me parece que ninguna es tan clara como las tuyas, que además venían acompañadas por descripciones y explicaciones con las cuales pudimos empezar a asimilar la sorprendente noticia de que la Luna tiene chipotes.










Además de poner éstas en tu libro Sidereus Nuncius* en marzo de 1610, tuviste cuidado de que éste se repartiera por toda Europa para que las novedades se conocieran y discutieran. Y fuiste tú quien dio la cara cuando muchos estuvieron en desacuerdo.

Tanto entonces como ahora, en la ciencia no basta con llegar primero. Los resultados se tienen que explicar, difundir y defender. De otro modo no forman parte del proceso colectivo de construcción del conocimiento sobre la naturaleza.


*Galileo - Kepler (2007), La gaceta sideral – Conversación con el mensajero sideral, Alianza, Madrid.

viernes, 23 de enero de 2009

Descubrir

Hoy me volvieron a preguntar si descubriste los satélites de Júpiter el 7 de enero de 1610 y una vez más respondí que no. Como siempre, la manera en que sucedió es mucho más interesante que el dato o la fecha. Gracias a los documentos que se conservan, podemos seguir paso a paso este proceso.

Quizás lo que confunde a la gente es que el 7 de enero anotaste en tu bitácora de observación que habías visto a Júpiter acompañado por tres estrellas y que los cuatro cuerpos celestes estaban curiosamente dispuestos en línea recta, así:


Que estuvieran alineados fue lo que te llamó la atención ese día. Tomaste nota de ello, y seguiste haciendo tus otras observaciones. La noche siguiente volviste a apuntar tu telescopio hacia Júpiter y encontraste algo diferente:


Ahora tu sorpresa fue que aparentemente el planeta se había movido muchísimo hacia el oriente cuando, según las tablas astronómicas, debiera estar yendo hacia occidente. ¿Fue con esto que quedaste enganchado? A partir de ese momento hiciste un registro diario y sistemático del planeta y pudiste comprobar que las estrellitas (que resultaron ser 4) siempre se quedaban junto a él (a veces de un lado, a veces del otro, pero nunca muy lejos).

La verdad no queda claro exactamente a qué hora de qué día estuviste seguro de que Júpiter tenía cuatro satélites que giraban alrededor suyo del mismo modo en que la Luna gira alrededor de nuestra Tierra. Este proceso debió ser difícil por al menos dos razones. Por un lado nadie antes había pensado (menos aún, visto) que algún otro planeta tuviera satélites, de modo que tu cerebro habrá tenido que pasar por un proceso de reacomodo, ¿no? Además tuviste que deducir que estabas viendo de canto al sistema con el planeta al centro y cuerpos girando alrededor. Suena como un momento emocionante, ¿así lo viviste?

Sobre el tema de qué exactamente es eso de descubrir aún no se ha dicho la última palabra. Si quieres conocer un ejemplo muy interesante puedes leer la obra de teatro Oxígeno* en la cual se mira desde muchos puntos de vista el descubrimiento de este elemento químico.

*Djerassi, Carl (2003), Oxígeno, Fondo de Cultura Económica, México.

jueves, 30 de octubre de 2008

Ver y entender

Al final del Renacimiento las ilustraciones ya eran muy importantes para estudiar anatomía y botánica. Con tus dibujos de las observaciones con el telescopio, también se empezaron a usar para entender el cosmos. A partir de entonces las maneras de obtener y guardar imágenes se han multiplicado y hoy el uso de imágenes es indispensable en el esfuerzo de científicos de todas las especialidades para entender la naturaleza. Existe una variedad apabullante de instrumentos con los cuales vemos cosas enormes, diminutas y hasta invisibles. Y, tal como sucedía en tus tiempos, ver más, mejor o de una manera nueva nos permite avanzar en la comprensión de un objeto, un fenómeno o un proceso.

Tratando de ponerme al día en mi revisión de la revista Science , encontré los resultados del concurso anual Science Visualization Challenge . La convocatoria tiene el propósito de impulsar novedosas maneras de visualizar la información producida en los laboratorios científicos y desde hace seis años me he maravillado con los ejemplos ganadores.

Como tú mismo construiste algunos de los primeros microscopios, quizás te interese conocer el tipo de cosas que se puede ver con los que tenemos hoy. La que sigue es una de las imágenes ganadoras del concurso de este año y fue tomada con un microscopio electrónico de barrido,



Aunque parecen muchas hojas en el tronco de un árbol, se trata de diatomeas (un tipo de algas o pequeñísimas plantas marinas) pegadas al cuerpo de un invertebrado marino. Y aunque son diminutas, las podemos ver con ese detalle porque el aumento del microscopio es de 100,000.