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domingo, 27 de febrero de 2011

Para subir al cielo

Lo malo de que febrero sólo tenga 28 días es que ¡ya se acabó el segundo mes del año! Lo bueno es que el martes, que ya es marzo, sale mi nuevo artículo en ¿Cómo ves?

Creo que disfrutarás leer sobre los mundos en la luna y los modos de llegar allá que imaginamos después de que la redescubrieras con tus telescopios.

viernes, 1 de octubre de 2010

Hágalo usted mismo

¿Conociste al astrónomo polaco Johannes Hevelius? Aunque nació mucho después que tú, ya estaba trabajando antes de que murieras, así que tal vez supiste algo sobre él.

Esta semana leí un artículo* sobre su libro Selenografía de 1647 donde puedes ver por dónde siguió la astronomía en el periodo justo después del tuyo. Desde el fronstispicio de la obra el autor deja bien claro que cree que se deben utilizar tanto la razón (representada por Alhazen, a la izquierda) como los sentidos (representados por ti, derecha). Como puedes ver la combinación de teoría y práctica, inaudita antes de tus tiempos, se volvió indispensable bien pronto.


Este libro (que puedes ver completo aquí) es al mismo tiempo un manual y un atlas. Comienza con una parte técnica donde describe con mucho detalle cómo construyó y utilizó sus telescopios. Éste, por ejemplo, es un grabado que muestra el torno que utilizó para pulir las lentes. El nivel de detalle al que llega es tal que su lector debiera poder construir su propio telescopio.


La segunda parte del libro es un atlas de la Luna. Contiene imágenes como esta, con una Luna llena, y series o secuencias en las que van cambiando las fases o grados de iluminación.


Como en el caso de Bruno, Hevelius hizo él mismo todos estos grabados, pero la razón en su caso es que le preocupaba que un grabador alterara las imágenes. Combinando palabras, diagramas y dibujos intentó llevar su experiencia personal de observación hasta sus lectores.

*Müller, K. (2010), "How to Craft Telescopic Observation in a Book: Hevelius's Selenographia (1647) and its Images", Journal for the History of Astronomy, xli, 2010.

sábado, 25 de septiembre de 2010

Centro, círculo, circunferencia

Yo no sabía que Giordano Bruno había hecho los grabados para sus libros. En un artículo que acabo de leer* encontré algunas de las imágenes -sencillas y muy fuertes- que utilizó para explicar mejor sus ideas. Y es que él creía que el acto mismo de crear las imágenes le permite a la mente aprehender verdades más altas. Por ejemplo, en el diálogo de La cena de las cenizas, Torcuato dibuja esto para explicar y contrastar los universos de Tolomeo y Copérnico.

Como seguramente sabías, Bruno imaginó que el universo era infinito, que había más mundos que el nuestro y que cada estrella era el centro de un sistema con otros planetas. En varias de sus obras escribió y dibujó el modo en que creía que esto podía acomodarse. Por ejemplo, en su De triplici minimo et mensura, aparece este grabado en que muestra que cada mundo como el nuestro tiene seis mundos vecinos.

En todas sus obras aparecen los centros, círculos y circunferencias, tanto en las que tratan de geometría como las de teología. Para enfatizar sus ideas y convencer a sus lectores, agregó imágenes como estas que ves.

*Luthy, Christoph, "Centre, Circle, Circumference: Giordano Bruno's Astronomical Woodcuts", Journal for the History of Astronomy, xli, 2010.

sábado, 18 de septiembre de 2010

Carrozas voladoras

Sigo leyendo Voyages to the Moon y acabo de terminar el capítulo acerca de las diversas carrozas voladoras que imaginaron en los siglos XVII y XVIII. Algo que resulta interesante acerca de éste, el cuarto de los modos que revisa Nicolson para llegar a la luna, es cómo los personajes construyeron sus carrozas utilizando el conocimiento proveniente de la ciencia en su momento. Así, como mecanismos de propulsión utilizaron velas de barco, papalotes, fuegos artificiales, imanes o globos.

Pero, como también se escribieron parodias sobre estos viajes cósmicos, existe una buena colección de medios más bien chuscos. En sus viajes a la Luna y al Sol, Cyrano de Bergerac, va probando varios. Primero llena muchos frascos de rocío y se los ata al cuerpo. Así, al amanecer, el Sol se lleva al rocío, y con él, al viajero cósmico. Como este mecanismo sólo lo lleva hasta Canada, sigue construyendo diversas máquinas que usan alas, resortes, fuegos artificiales y lentes, hasta que finalmente llega a la Luna.

Una de las propuestas serias más interesantes de entonces fue la que hizo el italiano Fancesco Lana en su obra de 1775, Prodromo. Se trata de un barco bastante convencional, con vela y remos, pero con la ingeniosa adición de cuatro globos vacíos, y por lo tanto más ligeros que el aire. Esta nave cósmica dio mucho de que hablar, pues en ese tiempo no se sabía lo suficiente sobre el aire, el vacío y los materiales que lo podrían soportar.

Concuerdo completamente con Nicolson cuando termina este capítulo diciendo:
The cosmic voyage will go on, but after the invention of the balloon it suffers a change into something, I think, less rich and strange. [...] In our modern* imaginary journeys to the planets men sail in great space ships constructed upon sound technological principles. [...] Their devices for flight are far more plausible and realistic than any I have related to you. They have gained verisimilitude, but they have lost the exitement of breathless discovery.

*No olvides que ella escribió en 1948.

lunes, 13 de septiembre de 2010

Otros mundos

El libro que estoy leyendo ahora te encantaría. Se llama Voyages to the Moon y fue escrito en 1948 por una de mis autoras favoritas, Marjorie Hope Nicolson.

Nicolson fue una experta en el tema de la ciencia en la cultura inglesa del siglo XVII y le he leído otros libros maravillosos como Newton demands the Muse, sobre la poesía que se escribió en torno de la figura de este hombre tan público, y Pepys' Diary and the New Science, en el que revisa los diarios de este inglés para ver dónde estaba la ciencia por entonces.

En Voyages... revisa la aparición de la idea de viajar a la Luna en la literatura (principalmente la inglesa) de los siglos XVII y XVIII. Para ello, primero repasa el tema en los siglos anteriores y dice que lo que sucedió en el XVII es cualitativamente diferente debido a los cambios que por entonces se estaban dando en las maneras de pensar acerca de la naturaleza (lo que hoy nosotros llamamos ciencia). Propone que, aunque siempre habíamos querido volar, y muchas veces imaginamos volar a la luna, sólo después de que tú la escudriñaste utilizando telescopio empezamos a imaginarla como otro mundo. Tus descripciones y dibujos de una luna con valles, montañas y océanos, dice Nicolson, sirvieron como una semilla a partir de la cual germinaron numerosas obras de ficción en las que también se encontraron habitantes y culturas allá.

Siguiendo a John Wilkins, quien en 1638 escribió Discovery of a New World in the Moon, Nicolson divide su libro en 4 capítulos principales, de acuerdo con el medio utilizado para volar a la luna. El primero eran los viajes sobrenaturales, remanentes de la vieja manera de pensar. De estos quizás tu conociste el Somnium de Kepler. El vuelo con ayuda de pájaros es el segundo medio, y el ejemplo más divertido fue escrito por Francis Godwin: Man in the Moone, or A Discourse of a Voyage Thither by Domingo Gonsales.
El uso de alas es el tercer método para volar y, a diferencia de los dos anteriores, éste sí que fue experimentado en esos siglos, aunque con muy poco éxito. El cuarto capítulo habla del uso de carrozas voladoras, pero aún no lo leo, así que no te puedo contar nada sobre él.

lunes, 2 de agosto de 2010

De Cavorita y Selenitas

Acabo de terminar de leer Los primeros hombres en la Luna, de H.G. Wells y me encantó. Del mismo autor ya había leído La máquina del tiempo y La guerra de los mundos, pero este es mucho mejor.

Trata de un científico, el señor Cavor (pequeño, gordito, desgarbado y distraído), que está intentando hacer un compuesto que sea opaco a la gravedad del mismo modo que una pared es opaca a la luz. Inicialmente su interés es puramente teórico, pero más adelante se le ocurre hacer una esfera cubierta de ese material, llamado Cavorita, para así escapar la atracción de la Tierra e ir a la Luna. En este increíble viaje lo acompaña el señor Bedford (joven, emprendedor, fracasado y oportunista).

El libro contiene muchas ideas de física y biología, pero están bien integradas a la narración de modo que en ningún momento atosiga ni confunde. De física, me gustaron las descripciones del ambiente libre de gravedad dentro de la esfera, y de la libertad de movimiento allá en la Luna donde uno pesa 1/6 de lo que pesa acá. De biología, la flora que puede vivir en aquellas condiciones extremas, y los Selenitas que –por lo mismo- viven en el interior de nuestro satélite.

Obviamente hoy ya sabemos muchas de las cosas que Wells tuvo que imaginar en 1901, así que para apreciar su libro tenemos que ponernos en su lugar. Es interesante, además, saber que lo escribió después de -y en respuesta a- De la Tierra a la Luna de Julio Verne.

viernes, 6 de febrero de 2009

Hay que saber llegar

Hace unas semanas se dijo en las noticias que un inglés había hecho dibujos de la Luna vista por el telescopio antes que tú y se sugirió que es a él a quien debiéramos estar celebrando este año. Yo pienso que no porque entonces no las dio a conocer y no fueron sus observaciones las que transformaron nuestra visión del universo.

Es un hecho que Thomas Harriot apuntó su telescopio hacia nuestro satélite meses antes que tú, en agosto de 1609, e hizo este dibujo:


Más tarde, entre 1610 y 1613 hizo otros más:










Se dice que en ellas se pueden ver muchos de los detalles que ahora conocemos, como cráteres y "mares". Pero me parece que ninguna es tan clara como las tuyas, que además venían acompañadas por descripciones y explicaciones con las cuales pudimos empezar a asimilar la sorprendente noticia de que la Luna tiene chipotes.










Además de poner éstas en tu libro Sidereus Nuncius* en marzo de 1610, tuviste cuidado de que éste se repartiera por toda Europa para que las novedades se conocieran y discutieran. Y fuiste tú quien dio la cara cuando muchos estuvieron en desacuerdo.

Tanto entonces como ahora, en la ciencia no basta con llegar primero. Los resultados se tienen que explicar, difundir y defender. De otro modo no forman parte del proceso colectivo de construcción del conocimiento sobre la naturaleza.


*Galileo - Kepler (2007), La gaceta sideral – Conversación con el mensajero sideral, Alianza, Madrid.

martes, 23 de diciembre de 2008

El cutis de la Luna

Hace algunas semanas conocí a Bef un monero y escritor mexicano. Quizás lo más parecido a un monero en tu época habrán sido los artistas que diseñaban las fastuosas alegorías para las celebraciones de los príncipes. Pero no es exactamente lo mismo, pues los de hoy cuentan historias con dibujos y no objetos.

Con Bef platiqué sobre tu trabajo y le mostré los grabados de la Luna que aparecen en Sidereus Nuncius. Le llamó especialmente la atención éste, y me preguntó qué dijiste acerca del cráter que aparece en el centro (un poco abajo). Le expliqué que no usaste el término cráter, que hablabas de un valle circular, y entonces me hizo una muy buena pregunta: ¿desde cuándo sabemos que las depresiones circulares que aparecen sobre la superficie de la Luna son cráteres de impacto?

Finalmente hoy tuve un rato para buscar la respuesta a su pregunta. Comencé, como hago a menudo, por buscar el tema en el gran libro de Carl Sagan, Cosmos*. Ahí se explica muy bien lo que se sabe en la actualidad, pero no viene nada de cómo lo llegamos a saber, que es la parte más interesante.

Decidí irme para atrás hasta poco después de tu muerte y seguirle la pista al tema de la rugosa superficie lunar. Para empezar, acudí a otro de mis caballitos de batalla, Teorías del Universo*, y ahí encontré que en 1647 se publicó un libro llamado Selenographia, del astrónomo polaco Jan Hevelius.

Como contaba con telescopios bastante más potentes que los tuyos, podía ver mucho más detalle de nuestro satélite. Además, al igual que tú, sabía dibujar muy bien, así que él mismo hizo los dibujos y luego los grabados que aparecen en este libro. Su objetivo era obtener los mejores mapas o cartas de la Luna. Del mismo modo en que lo hiciste tú, comparó lo que veía allá con lo que conocía acá y les puso nombres a las montañas, valles y mares. Pero él tampoco utilizó la palabra cráter.


Al parecer, la respuesta a la pregunta de Bef nos va a llevar todavía un rato. Espero que tanto tú como él tengan paciencia y piensen en esto como una Ítaca. ¿Quién sabe lo que nos encontraremos en el camino!

*Sagan, C. (2004), Cosmos, Planeta, Madrid.

Rioja, A. y J. Ordóñez (1999), Teorías del universo. II. De Galileo a Newton, Síntesis, Madrid.

domingo, 7 de diciembre de 2008

Dibujos de la Luna

¿Te fijaste ayer en la imagen del día de la NASA? La pongo por si no la viste:




En estos días Júpiter, Venus y la Luna se ven muy cerca en el cielo y, como son tres astros que podemos ver a simple vista, han dado mucho de qué hablar. El que ves es un dibujo del momento justo en el que Venus reapareció después de estar oculto detrás de la Luna. Lo hizo Deirdre Kelleghan, una mujer irlandesa que es artista y aficionada a la astronomía.

En un momento en que estamos rodeados por demasiadas imágenes perfectas tomadas por máquinas, me parece que este dibujo recupera algo muy importante: el asombro. La misma Kelleghan dice:


When I sketch the moon, it feels like my hands move through my eyes. My sight becomes my fingers and explores the lunar landscape.
(Cuando dibujo a la Luna, se siente como que mis manos se mueven a través de mis ojos. Mi vista se vuelve mis dedos y explora la superficie lunar.)


Su dibujo y sus palabras me recordaron las observaciones de la Luna que reportaste en 1610 en el delicioso librito Sidereus Nuncius*. Pero hace cuatrocientos años tú eras el primero en ver que la Luna tiene picos y valles con luces y sombras que cambian. Así que al mirar y dibujar también tenías que tratar de entender. Tus conclusiones fueron asombrosas. Para empezar la Luna no es perfecta y por lo tanto al menos uno de los cuerpos celestes viola lo establecido por Aristóteles 2000 años antes. Y, aunque suene simplón, si la Luna es como la Tierra, entonces la Tierra es como la Luna. Es decir, que la Tierra bien puede ser un planeta más.

*Galileo - Kepler (2007), La gaceta sideral – Conversación con el mensajero sideral, Alianza, Madrid.