Como tú bien sabes, durante 2000 años todos en Europa estuvieron de acuerdo en que el universo era como lo describió Aristóteles: la Tierra, una esfera inmóvil en el centro de todo; los siete planetas (Mercurio, Venus, Luna, Sol, Marte, Júpiter, Saturno), también esferas, girando alrededor de la Tierra; y en el límite, una última esfera que envolvía todo y contenía a las estrellas.
A mediados del siglo XVI, Copérnico propuso que el Sol y la Tierra cambiaran de lugar, pero dejó lo demás de la misma forma y tamaño. Sin embargo, con el sólo hecho de imaginar que una cosa podía ser distinta, abrió el camino para que muchas otras transformaciones.
Tomando algunas cosas de Aristóteles y otras de Copérnico, Tycho Brahe se imaginó un universo híbrido. El resultado, que gustó a muchos en su época, requería de un universo más grande para que cupiera esta nueva configuración.
En los inicios del siglo XVII, tus descubrimientos con el telescopio mostraron, entre otras cosas, que hay muchas más estrellas de las que podemos ver a simple vista. Entonces se pensaba que todas las estrellas son iguales, y que se ven más brillantes las que están más cerca. Fue necesario imaginar que estas estrellas recién detectadas estaban más lejos y por lo tanto el universo debía ser más grande.
A partir de estos cambios, prácticamente todo se volvió posible. La única limitación fue, y sigue siendo, nuestra capacidad de imaginar, observar y calcular.
En los siglos que nos separan hemos seguido ampliando nuestro conocimiento del cosmos. La imagen que tenemos hoy conserva muy poco del mundo cerrado de Aristóteles y se parece más al universo infinito que imaginó Bruno.
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