Disculpa que no te haya escrito mucho últimamente, pero he andado del tingo al tango, promoviéndote por toda la ciudad.
El miércoles de la semana pasada di una charla en la Universidad Iberoamericana. La Ibero es una universidad jesuita cuyo centro para la divulgación de la astronomía lleva el nombre de ese famoso matemático y astrónomo jesuita que tú conociste, Cristoph Clavius. Actualmente tienen reuniones cada miércoles por la noche para escuchar pláticas y, si se puede, hacer observaciones.
Aunque ya sabía algunas cosas sobre Clavius, desde que regresé a casa aquella noche tenía muchas ganas de buscar las cartas que intercambiaste con él. Encontré once cartas de ida y vuelta, las primeras cuatro son de 1588, una de1604 y las demás de 1610.
En las primeras cartas había una gran diferencia entre tu situación y la de Clavius. De lo que yo sé, en 1588 ya habías decidido que querías ser matemático, pero aún no tenías un trabajo fijo, así que vivías en casa de tu padre en Florencia y dabas clases particulares de matemáticas. En ese momento Clavius ya era el matemático principal del grupo en el Collegio Romano, en el Vaticano. Era famoso en toda Europa como maestro, traductor de las obras científicas de autores clásicos de Grecia y Roma y uno de los astrónomos responsables de los ajustes al calendario.
Tu primera carta le presenta un tratado sobre balanzas que escribiste. En ella, con un tono de enorme respeto, le pides que revise tus demostraciones. Además preguntas cómo va su trabajo sobre los nuevos calendarios. En el intercambio veo que están igual de enterados e interesados en el tema, pero ambos tienen claro que no son iguales. Mientras que tú pides perdón por quitarle su tiempo y terminas besándole las manos, él cierra sus cartas bondadosamente encomendándote a Dios.
La carta de 1604 que se conserva fue escrita por él. Para entonces llevabas doce años como profesor de matemáticas en la Universidad de Padua y empezabas a ser conocido. El astrónomo jesuita te escribe por dos razones principales: la primera es pedirte que le envíes un compás geométrico-militar, instrumento para hacer cálculos que construías para vender; la segunda, para comentar los rumores que se oían acerca de la aparición de una estrella nueva en el cielo, cosa imposible según la cosmología de Aristóteles.
En septiembre de 1610, seis meses después de que publicaras tus primeros descubrimientos con el telescopio, los astrónomos en Roma todavía no estaban convencidos. Habían visto a la rugosa Luna, así como muchas estrellas que no se ven a simple vista, pero no podían ver los satélites de Júpiter. En una carta fechada el 17 de septiembre agarras al toro por los cuernos y en vez de esperar le escribes a Clavius para darle sugerencias sobre las observaciones.
A mediados de diciembre te responde un Clavius asombrado, interesado, diciendo que finalmente ha podido ver los astros que acompañan a Júpiter, y felicitándote. Incluye diagramas de sus observaciones:
Comenta que también observó Saturno, pero que no logra ver los dos satélites que tú habías reportado, sino más bien una forma oblonga así:
Además pregunta por qué tus telescopios tienen lentes grandes, pero llevan puestos unos diafragmas que sólo permiten mirar por una zona pequeña en el centro.
Tardas un poco en responder porque, para variar, estabas enfermo y confinado a la cama. Te oyes muy contento de tener el apoyo de este hombre tan importante. Le respondes todas sus dudas, y aprovechas para contarle tu más reciente descubrimiento: que visto por el telescopio Venus cambia de forma y tamaño, presenta fases como la Luna. Acto seguido declaras las implicaciones de esto, que son enormes: Venus debe estar girando alrededor del Sol, el Sol debe ser el centro del Universo.
Poco tiempo después de eso viajaste a Roma y fuiste grandiosamente recibido por todos. ¿Lo recuerdas como un gran momento?
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