No sé cómo se enseñaba historia en tus tiempos pero ahora, cuando se enseña, tienden a destacar los momentos críticos o los hombres ilustres, y no los procesos con sus contextos, causas y consecuencias. La ciencia no se escapa de esto, y nos machacan nombres, fechas y hechos aislados sobre los científicos y sus logros.
Aunque seguramente no los escribió con este propósito, me parece que los poemas de Hans Magnus Enzensberger* son una gran manera de conocer algo sobre los científicos en el pasado.
Hagamos la prueba: te pongo un poema sobre un astrónomo que no conoces, pues vivió después que tú, y me dices si te parece un buen primer acercamiento al tema.
Charles Messier
1770 – 1817
M. Una letra M en las cartas estelar: M 42
en Orión; M 57 la niebla anular de Lira; las Pléyades,
M 45; el Astro Nuevo de los chinos, la supernova M 1:
nubes de gas incandescente, bombas cósmicas, radiaciones.
¡Al-Sûfi, halcón celeste! ¡Swedenborg, soñador galáctico!
Y él en cambio, tan sumiso, pulcro y anodino.
Muerto de hambre. A París con veintiún años,
su bonita caligrafía y nada más que reseñar.
Quinientos francos al año, cama y comida.
Copia para Desliles los planos de Pekín
y sus bocetos de la Gran Muralla China.
Un ignorante. Dieciocho meses busca en vano
su primer cometa: error en los cálculos de Halley
(perturbaciones por la masa de Júpiter).
Y el Rey le apodó más tarde el hurón de los cometas.
Una vez su mujer le ocupó la noche entera:
agonizaba. Y derramó lágrimas amargas
por el cometa abandonado. En Londres, entonces,
construía el viejo Herschel enormes refractores,
y él, sin teoría, velaba con un candil. Un ignorante.
Con buena vista y reloj casero. Un pequeño cuadrante
y un mísero telescopio (siete pulgadas). Ni más, ni menos.
No dormía. Sólo buscaba. Eclipses, manchas solares.
En una noche de otorño, hace dos siglos ya,
divisó en Tauro un fulgor cercano a Zeta.
Un cometa que no lo era, pues no se movía.
Le irritaba el hecho, una galaxia. Miraba,
anotaba y no entendía. Vocal de la Royal Society,
académico de Petersburgo, Berlín, Estocolmo, y por último
París. Un contable, un copista. ¡Y qué ciego era!
Desfiles y procesiones bajo su ventan, cortejos
nupciales y entierros. Por la rue Saint Jacques
la Historia vociferaba. Chillaban rameras, sonaban tiros,
los discursos se inflamaban y se extinguían: amor, valor, terror.
Ciego y sordo. Su pluma raspeaba. El aceite escaseaba.
No lloró al rey decapitado, ni a los taberneros,
lavanderas, raterillos, sablistas y banqueros
tronchados por la cuchilla fría. Los astrónomos
huyeron. Sólo a uno encontró: Bochard de Saron,
amigo de Laplace. Olía a orines la Conciergerie.
Aún le calculó, con el pie ya en el cadalso,
la órbita a un cometa. Regresó inadvertido
sin sueldo, sin sueño, con gota, al Hotel de Cluny.
Oscura la ciudad. Miedo, hambre, usura, inflación.
Silencio quince minutos, y vuelve a rasguear la pluma.
Catalogue de nébuleuses et des amas d’etoiles
Que l’on découvre parmi les étoiles fixes. Pesado,
Tenaz, suave e incomprensivo como un niño.
Solo una letra nos lo recuerda. M fue
Un ignorante. A dos millones de años luz
una galaxia transita más lenta que nosotros.
M 31. La puedo ver a simple vista, si me deja
la sucia niebla, si me deja el esplendor
de Maniatan y la Historia, diminuta, al Norte,
en la Andrómeda, entre Mirach, Sirah y Chedir.
Aunque seguramente no los escribió con este propósito, me parece que los poemas de Hans Magnus Enzensberger* son una gran manera de conocer algo sobre los científicos en el pasado.
Hagamos la prueba: te pongo un poema sobre un astrónomo que no conoces, pues vivió después que tú, y me dices si te parece un buen primer acercamiento al tema.
Charles Messier
1770 – 1817
M. Una letra M en las cartas estelar: M 42
en Orión; M 57 la niebla anular de Lira; las Pléyades,
M 45; el Astro Nuevo de los chinos, la supernova M 1:
nubes de gas incandescente, bombas cósmicas, radiaciones.
¡Al-Sûfi, halcón celeste! ¡Swedenborg, soñador galáctico!
Y él en cambio, tan sumiso, pulcro y anodino.
Muerto de hambre. A París con veintiún años,
su bonita caligrafía y nada más que reseñar.
Quinientos francos al año, cama y comida.
Copia para Desliles los planos de Pekín
y sus bocetos de la Gran Muralla China.
Un ignorante. Dieciocho meses busca en vano
su primer cometa: error en los cálculos de Halley
(perturbaciones por la masa de Júpiter).
Y el Rey le apodó más tarde el hurón de los cometas.
Una vez su mujer le ocupó la noche entera:
agonizaba. Y derramó lágrimas amargas
por el cometa abandonado. En Londres, entonces,
construía el viejo Herschel enormes refractores,
y él, sin teoría, velaba con un candil. Un ignorante.
Con buena vista y reloj casero. Un pequeño cuadrante
y un mísero telescopio (siete pulgadas). Ni más, ni menos.
No dormía. Sólo buscaba. Eclipses, manchas solares.
En una noche de otorño, hace dos siglos ya,
divisó en Tauro un fulgor cercano a Zeta.
Un cometa que no lo era, pues no se movía.
Le irritaba el hecho, una galaxia. Miraba,
anotaba y no entendía. Vocal de la Royal Society,
académico de Petersburgo, Berlín, Estocolmo, y por último
París. Un contable, un copista. ¡Y qué ciego era!
Desfiles y procesiones bajo su ventan, cortejos
nupciales y entierros. Por la rue Saint Jacques
la Historia vociferaba. Chillaban rameras, sonaban tiros,
los discursos se inflamaban y se extinguían: amor, valor, terror.
Ciego y sordo. Su pluma raspeaba. El aceite escaseaba.
No lloró al rey decapitado, ni a los taberneros,
lavanderas, raterillos, sablistas y banqueros
tronchados por la cuchilla fría. Los astrónomos
huyeron. Sólo a uno encontró: Bochard de Saron,
amigo de Laplace. Olía a orines la Conciergerie.
Aún le calculó, con el pie ya en el cadalso,
la órbita a un cometa. Regresó inadvertido
sin sueldo, sin sueño, con gota, al Hotel de Cluny.
Oscura la ciudad. Miedo, hambre, usura, inflación.
Silencio quince minutos, y vuelve a rasguear la pluma.
Catalogue de nébuleuses et des amas d’etoiles
Que l’on découvre parmi les étoiles fixes. Pesado,
Tenaz, suave e incomprensivo como un niño.
Solo una letra nos lo recuerda. M fue
Un ignorante. A dos millones de años luz
una galaxia transita más lenta que nosotros.
M 31. La puedo ver a simple vista, si me deja
la sucia niebla, si me deja el esplendor
de Maniatan y la Historia, diminuta, al Norte,
en la Andrómeda, entre Mirach, Sirah y Chedir.
*Enzensberger, Hans Magnus (2002), Los elíxires de la ciencia. Miradas de soslayo en poesía y prosa, Anagrama, Barcelona.
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