¿Recuerdas que te conté de mi artículo sobre los viajes a la luna que imaginamos entre 1610 y 1783? Bueno, pues el mismo material que viene en ese texto lo convertí en una plática que he compartido con varios públicos. Hace como un mes la di en el CRyA, en Morelia, y esta semana en el IA, acá en el D.F., y las reacciones fueron bien interesantes.
A diferencia de lo que he hecho con ótro tipo de públicos, en estas dos ocasiones les llevé un paquete que incluía una conferencia y un torito. Primero expuse el ambiente intelectual hacia finales del Renacimiento, periodo en que se habían descubierto tantos nuevos mundos, para explicar por qué surgieron entonces numerosos relatos de viajes fantásticos, algunos de los cuales llegaron hasta la luna. Luego mostré muchos ejemplos de los medios de locomoción propuestos para llegar hasta allá.
Al final, en ambas ocasiones, recalqué cómo en esa época había una rica retroalimentación entre literatos y científicos: los unos tomaban conceptos de los otros para incluir en sus fantasías; y los otros reflexionaban sistemáticamente acerca de las novedosas propuestas de los unos. Con esto sobre la mesa, les pregunté a estos dos grupos de astrónomos mexicanos de la actualidad si esta retroalimentación ocurre ahora, y con quiénes.
Bueno, pues en Morelia los investigadores hablaron de sus lecturas de ciencia ficción, y de cómo éstas habían estimulado su interés en la ciencia. Por su parte, los estudiantes nos contaron acerca de muchos espacios en la red (como foros y blogs) donde se reúnen personas de formaciones muy diversas para discutir ideas. Aunque no conozco esos espacios, me suena como que ahí es donde está sucediendo algo parecido a las tertulias de intelectuales variados de los siglos XVII y XVIII.
En el D.F., aunque había muchos estudiantes en el auditorio, sólo los investigadores respondieron a mi torito, y sus comentarios fueron muy diversos. Me parece que sólo uno de ellos entendió por dónde iba mi buscapiés, pues hizo notar que tenemos ramas de la astronomía como la astrobiología, y el uso de algoritmos genéticos para resolver problemas astronómicos.
Otro astrónomo más concluyó que mi torito era más bien como una mancha de Rorschach, a la cual cada quién responde dependiendo de lo que trae dentro. Esto me gustó mucho pues, aunque ese no era mi propósito inicial, en efecto este paquete charla-torito acabó funcionando como una prueba de Rorschach, pero no de los individuos, sino de los grupos. Entre las cosas que me parecen más interesantes, está la diferencia entre los jóvenes en los dos centros de investigación.
Me quedo con ganas de aplicarle esta "prueba" a más centros para ver cómo reaccionan.
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